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Nosferatu es muchas cosas a la vez. Por un lado, es un remake elegante de una obra clásica del cine de terror. Al otro extremo, es una historia gótica que lleva la perspectiva del amor, a una dimensión tenebrosa y agónica. Pero, entre ambas cosas, también es un punto de vista tétrico sobre el vampiro. Uno, además, que se aleja de versiones más contemporáneas como la que muestra la saga Crepúsculo o Entrevista con el vampiro, la serie que adapta la obra homónima de Anne Rice. Un giro que permite a su director explorar en lo tenebroso a partir del drama y la ambigüedad moral.
Es una óptica sobre el monstruo mitológico que emparenta al largometraje con otra cinta icónica del género de los bebedores de sangre. Déjame entrar (2008) del director Tomas Alfredson y que puedes encontrar en Movistar+, reflexiona sobre la inmortalidad, la muerte y el deseo desde la mirada de una criatura humanizada por el amor. Eso, al relatar la historia de Eli (Lina Leandersson) un vampiro con la apariencia de una niña de doce años, que intenta sobrevivir en medio del secreto y la sed. Una circunstancia que la llevará a hacerse amiga de Oskar (Kare Hedebrant), un chico solitario y aislado.
De la misma manera que en Nosferatu, Déjame entrar está más interesada en explorar en lo que esconde el mito del vampiro que solo mostrar escenas violentas o sangrientas. Que las hay y varias especialmente perturbadoras. Pero el relato de la cinta de Alfredson se interesa mucho más, por la forma en que el amor, la amistad y la necesidad se muestran, cuando unen a una criatura inmortal y a un niño. Una premisa pesimista que utiliza su atmósfera silenciosa y tensa, para reflexionar acerca de lo que hace realmente a un monstruo serlo.
Adaptación del libro del mismo nombre de John Ajvide Lindqvist, la historia utiliza el escenario de Suecia en pleno invierno para plantear varias cosas a la vez. De la posibilidad que en las sombras congeladas se esconda un elemento sobrenatural, hasta la idea de un monstruo que debe lograr sobrevivir entre la adversidad. El director toma el relato original y lo transforma en imágenes delicadas con un toque gótico. Eso, al profundizar en la atmósfera como un paralelo del mundo interior de sus trágicos personajes.
Eli intenta aparentar que es una niña, por lo que necesariamente, depende de la figura de un adulto para prosperar. Algo que la lleva a tener una relación complicada, levemente desagradable y con matices cercanos a la dominación con Hakan (Per Ragnar). Este es un hombre de la mediana edad, con todo tipo de conflictos, que sabe, muy bien, la verdadera naturaleza de la supuesta joven. Por lo que aprovecha esa ventaja para presionar para, eventualmente, convertirse en un ser inmortal. Un punto que emparenta a la tétrica figura con Herr Knock (Simon McBurney) de Nosferatu y que permite a la película reflexionar en temas parecidos a la de Eggers. En específico, al plantear la idea de la codicia por una forma de complicidad.
Oskar, por su parte, es un niño herido por una familia disfuncional y víctima de acoso escolar. Lo que le empujará a la complicada amistad que sostiene con Eli. La cinta brinda una especial atención a la forma en que reflexiona acerca de por qué dos criaturas, tan distintas, logran comprenderse a un nivel muy primario y real. Más allá del amor, del deseo o incluso la curiosidad, Oskar y Eli miran el mundo de formas muy parecidas y asumen la posibilidad de sobrevivir con idéntica y esforzada vitalidad.
Pero además de sus reflexiones filosóficas y espirituales, Déjame entrar es una película de vampiros que brinda especial atención al mito que relata. Eli no envejece, bebe sangre y aspira a continuar viviendo, pase lo que pase. Pero su sed se transforma, además, en un vehículo para entender la violencia e incluso, en cómo su naturaleza le aleja de la humana. A lo largo de la cinta, el personaje deja claro que no se considera parte del mundo ni desea serlo, aunque debe vivir eternamente en él.
Algo que llevará a Oskar a comprender que puede explorar en el amor y la violencia a partir de una perspectiva desconocida si desea estar a su lado. Paso a paso, la cinta se hace más incómoda pero también, más honesta en sus reflexiones acerca del motivo por el cual, alguien querría vivir para siempre. A pesar de que la historia se centra en dos niños, la cinta es gráfica al mostrar lo que Eli es en realidad y la manera en que su apetito de sangre la guía a través de las decisiones que debe tomar. Un giro que la llevará, finalmente, a enfrentar la posibilidad de morir y a Oskar, la de justo, volverse inmortal.
Fatalista, conmovedora y lúgubre, la cinta tiene mucho de una historia de amor frágil y poco convencional, en medio de un relato de vampiros muy clásico. Algo que permite a la película reflexionar sobre temas complejos, sin dejar a un lado, los mejores tópicos del cine de género, que resuelve en maneras insólitas y novedosas. Una combinación que hace de la película una opción perfecta para los amantes del mito del clásico monstruo, que desean profundizar en las ideas que rodean a su legendaria figura.
Escrito por Mozoilo Irratia
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