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Hay barrios que se cuentan en metros cuadrados y otros que se miden en alma. Rekalde pertenece a los segundos. Situado al sur del centro de Bilbao, entre el monte Kobetas y la ría, este barrio ha sido testigo de la transformación más profunda que ha vivido la villa: la del hierro y el humo al arte y la cultura; la del esfuerzo silencioso al orgullo de ser comunidad.
Rekalde es, en esencia, el pulso de un Bilbao auténtico, donde la memoria industrial aún resuena en las fachadas y las historias se cruzan a pie de calle.
Rekalde nació del esfuerzo. A finales del siglo XIX, mientras la industria convertía Bilbao en el motor económico del norte, miles de familias obreras llegaron desde otros puntos de Euskadi, Burgos, Cantabria y León buscando un futuro mejor. Los terrenos eran entonces vaguadas y huertas, y poco a poco fueron llenándose de casas humildes, talleres y bares donde el sudor encontraba alivio en un chato de vino.
El nombre original —Recaldeberri— significaba literalmente “Recalde nuevo”, diferenciándolo del viejo caserío Recalde, hoy desaparecido. Con el paso de las décadas, el diminutivo desapareció, pero el espíritu de reconstrucción quedó grabado en su ADN.
Durante buena parte del siglo XX, Rekalde fue un barrio obrero, de fábricas cercanas y jornadas largas. Era habitual ver a los hombres marchar con la fiambrera bajo el brazo y a las mujeres compartiendo el portal mientras los niños jugaban al txingas o al bote. En aquellos tiempos, la solidaridad no era una consigna: era una forma de vida. Si un vecino enfermaba, otro le llevaba la comida; si hacía falta pintar el portal, se hacía entre todos.
En los años 70 y 80, mientras Bilbao empezaba a mirar hacia el futuro, Rekalde se organizaba. Asociaciones vecinales como Errekaldeberriz, colectivos culturales y deportivos, y grupos feministas comenzaron a reclamar mejoras: calles asfaltadas, escuelas dignas, transporte público. Fue una época de participación intensa, en la que los vecinos aprendieron a ser también gestores de su propio destino.
Esa conciencia colectiva sigue viva hoy. No hay fiesta, reivindicación o proyecto cultural en Rekalde sin que el vecindario se vuelque. Desde la Comisión de Fiestas de Rekalde, que cada año convierte sus calles en un hervidero de música y color, hasta los grupos que impulsan talleres, exposiciones o programas de apoyo social, el barrio continúa latiendo gracias a su gente.
Rekalde no ha perdido su identidad pese al cambio. Si algo lo distingue, es esa mezcla de nostalgia y resistencia que flota en sus bares y plazas, una especie de “orgullo de barrio” que no necesita slogans.
Con la llegada del nuevo milenio, Bilbao se reinventó, y Rekalde no fue una excepción. La desaparición de las industrias y los nuevos proyectos urbanísticos fueron cambiando su rostro. Donde antes había descampados, hoy hay parques; donde antes sonaban martillos, hoy suena música.
El Parque de Rekalde, pulmón verde entre edificios, se ha convertido en un punto de encuentro para generaciones distintas. Las familias pasean, los jóvenes ensayan con sus skates y los mayores disfrutan de los bancos al sol. Muy cerca, el Puente de Sabino Arana, con su arquitectura moderna, recuerda que el barrio es también parte de la nueva Bilbao.
Pero no todo ha sido fácil. La gentrificación ha comenzado a llamar a la puerta. Los precios de los alquileres suben, algunos comercios de toda la vida cierran, y muchos se preguntan hasta dónde llegará esa “modernización” que tantas ciudades han pagado con la pérdida de su esencia. En Rekalde, sin embargo, la respuesta parece clara: el cambio será con la gente o no será.
Uno de los grandes orgullos de Rekalde es su efervescencia cultural. En sus calles han nacido grupos de música, asociaciones teatrales, y espacios alternativos que han servido como semillero de talento local. La sala Rekalde, aunque situada oficialmente en Abando, lleva su nombre como homenaje a esa tradición de arte popular que siempre ha caracterizado al barrio.
Cada año, las fiestas de Rekalde son un reflejo de ese espíritu. Conciertos, kalejiras, teatro de calle, actividades infantiles… y sobre todo, una sensación de pertenencia que se respira en cada esquina. Las lonjas juveniles decoradas, las ikurriñas al viento y el sonido de los trikitilaris son símbolos de una identidad que se celebra sin complejos.
Además, Rekalde es uno de los barrios donde más ha crecido el arte urbano. Sus muros cuentan historias: desde homenajes a la memoria obrera hasta murales que hablan de igualdad o ecología. Cada color, cada trazo, es una manera de decir: “Estamos aquí, seguimos vivos”.
Hablar de Rekalde es hablar de sus tiendas. A diferencia de otras zonas de Bilbao donde las franquicias han arrasado con el comercio tradicional, aquí sobreviven las panaderías de toda la vida, las carnicerías familiares, los bares con fotos en blanco y negro. Son lugares donde aún te llaman por tu nombre y saben cómo te gusta el café.
Negocios como Ulacia, Bar Aritz, La Viña del Ensanche de Rekalde o Pintxotxu (por citar algunos) mantienen ese equilibrio entre lo clásico y lo actual. Son el alma viva del barrio, espacios donde la vida social sigue teniendo su centro, como antaño lo tuvo la fábrica o la plaza.
Hoy, Rekalde es una mezcla hermosa de pasado y presente. Sus calles reflejan las contradicciones de una ciudad que busca crecer sin perder su alma. En los últimos años, nuevos vecinos jóvenes se han instalado atraídos por su autenticidad y sus precios (aún) razonables, y han traído consigo nuevas ideas, proyectos culturales y energía.
La conexión con el centro a través del tranvía, los autobuses y la cercanía de San Mamés han mejorado la movilidad, pero Rekalde sigue siendo un barrio donde todo está a pie: panadería, farmacia, frutería, bar, y sobre todo, gente.
Hay algo casi poético en caminar por Gordoniz al atardecer, ver a los chavales jugar al balón en la plaza y escuchar de fondo una canción de Fito o de Itoiz saliendo de un bar. Es como si el barrio recordara a todos que, a pesar de los cambios, hay cosas que permanecen: la amistad, la música, la lucha y el deseo de seguir adelante.
Rekalde tiene su propio sonido. Y en ese sonido también está Mi Radio 97.5FM / Mozoilo Irratia, acompañando cada jornada con música, información y cercanía. Porque los barrios se construyen con ladrillos, pero también con palabras y canciones. Y en Rekalde, cada nota parece tener historia.
Rekalde no necesita reinventarse: solo necesita que lo escuchen. Es uno de esos lugares donde Bilbao muestra su alma más sincera, sin adornos ni artificios.
Quien se sienta en uno de sus bancos lo entiende enseguida: este barrio no es solo un punto en el mapa; es un sentimiento compartido.
Y mientras haya alguien dispuesto a contarlo, Rekalde seguirá latiendo.
Escrito por Mozoilo Irratia
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07:00 - 14:00
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