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todaydiciembre 20, 2024
Más de 70 hombres abusaron de ella. La violaron y utilizaron, pero ninguno fue capaz de arrebatarle la dignidad. Gisèle Pelicot se ha convertido en símbolo de valentía. Su firmeza, en equilibrio entre emoción y dolor, ha desafiado al horror. “Merci Madame” comparten miles de personas en redes sociales. Un agradecimiento unánime a una mujer que ha luchado para que la vergüenza cambiase de bando. Termina uno de los juicios más multitudinarios de la historia de Francia, pero se reabre una reflexión alarmante: no existe un perfil de agresor.
Su marido, Dominique Pélicot, llevaba casi una década ofreciéndola a desconocidos. Ella notaba dolores de cabeza, problemas para dormir, agotamiento y no comprendía el motivo. Su médico tampoco fue capaz de identificar el origen de sus dolencias. Jamás hubiera imaginado que su propio marido, de 72 años, la estaba drogando para que otros abusaran de ella mientras estaba sedada.
Los 51 varones juzgados tenían entre 27 y 70 años. Periodistas, obreros, bomberos, profesores. Hombres cualquiera. La violencia sexual atraviesa todas las clases sociales, edades y culturas. El juicio a Pélicot constata una realidad preocupante: la violencia se esconde detrás de infinitas fachadas. Eso la convierte, muchas veces, en una lacra difícil de detectar y encuadrar. Desafía los estereotipos comunes y subraya la necesidad de aplicar enfoques multifacéticos para prevenir, identificar y abordar este tipo de conductas.
Muestran en público su lado más amable, mientras esconden la bestia que llevan dentro
Tras este variopinto muestrario de escoria, es natural preguntarse cuál es el problema. “Busco cómplice pervertido para abusar de mi esposa dormida”. A este mensaje, difundido por su ex marido en una plataforma online, respondieron cerca de un centenar de hombres dispuestos a sumarse a la barbarie. Padres de familia, tipos comunes, la mayoría de veces tildados de “geniales” y “excepcionales”, como la misma Gisèle llegó a explicar a los medios de comunicación. Individuos de quienes jamás se desconfiaría, porque muestran en público su lado más amable, mientras esconden la bestia que llevan dentro.
La violencia sexual es un fenómeno complejo. Está influenciado por múltiples factores que interactúan a diversos niveles. Poder, dominación, degeneración. La gratificación sexual en un estado de individualismo exacerbado. El egoísmo, la depravación, los trastornos parafílicos llevados al punto extremo de arrebatarle la libertad al otro.
Algunas corrientes sociológicas inciden en los efectos de una internalización de creencias y actitudes sexistas que normalizan comportamientos agresivos hacia la mujer. Se la asocia a un mero objeto de uso y disfrute. La desensibilización alcanza la cosificación. El narcisismo, las tendencias antisociales y los bajos niveles de empatía ejercen de empuje. Se habla a menudo de cultura de la violación y, tras observar a los condenados, resulta imposible establecer un perfil. La conciencia ha aumentado en las últimas décadas, pero aún falta un esfuerzo por comprender los factores sociales, psicológicos o ambientales que propician estas dinámicas.
Según el Ministerio de Igualdad de Género francés, cerca de 90.000 mujeres cada año denuncian haber sido víctimas de este tipo de agresiones, abusos y violencia. Más del 90% conocía a su agresor. Países como Dinamarca, Reino Unido, Suecia, Bélgica o Finlandia se sitúan entre los que mayores índices de conductas machistas y agresivas acumulan. En España, según datos del Consejo General del Poder Judicial, se emitieron, en 2023, casi 200.000 denuncias.
Gisèle renunció a su derecho al anonimato y quiso enfrentarse a sus agresores a cara descubierta y ante toda la nación
Gisèle renunció a su derecho al anonimato y quiso enfrentarse a sus agresores a cara descubierta y ante toda la nación. Permitió, así, que el mundo entero conociese lo que ciertos hombres son capaces de hacer. Todavía quedan más de una veintena de agresores por identificar. De los condenados, 47 han sido culpados de violación, 2 por intento de violación y 2 por agresión sexual. Las penas a las que se enfrentan oscilan entre los 3 y 15 años salvo en el caso de Dominique, a quien le han caído 20, la pena máxima en Francia por este tipo de delitos.
Otros debates han quedado abiertos tras el macrojuicio de Pélicot. Desde la impunidad que otorga el anonimato en la red, al acceso indiscriminado a medicamentos. A lo largo de los años de calvario de Gisèle, Dominique hizo acopio de pastillas para ejercer sobre ella la sumisión química. Nadie se dio cuenta. Entre los perfiles que interactuaban con él, se marcó el de Jean-Pierre Maréchal. “El aprendiz de Pelicot”. Su discípulo. El hombre que imitó su modus operandi para repetirlo con su mujer. ¿Cuántos más puede haber?
Ojalá sirva de ejemplo para valientes, y de vergüenza para desalmados
Aunque hoy día todo se politice, ciertas realidades no pertenecen a ningún bando. La violencia ejercida sobre la mujer no sabe de ideología, de edad, de profesión o de nacionalidad. Si no existe un perfil, es que hay demasiada normalización. Sigue siendo una conducta inherente a ciertos individuos que, más que personas, parecen bestias. Y ante tal salvajismo, esta vez, una víctima rota por dentro pero implacable por fuera, ha conseguido erguirse y mostrarse más fuertes que ellos. Ojalá sirva de ejemplo para valientes, y de vergüenza para desalmados.
Escrito por Mozoilo Irratia
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