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Santutxu es más que un barrio. Es una pequeña ciudad dentro de Bilbao.
Con más de 30.000 habitantes repartidos en apenas dos kilómetros cuadrados, ostenta el título de barrio más poblado del País Vasco y uno de los más densos de toda Europa. Pero lo curioso es que, pese a su tamaño y su ritmo, sigue conservando una esencia de barrio de toda la vida, donde los vecinos se saludan por la calle y las tiendas aún huelen a pan recién hecho.
Entre el ruido de los autobuses, las risas de los niños en los parques y el eco lejano de las campanas de San Félix, Santutxu mantiene su pulso: rápido, alegre, humano.
Antes de ser el hormiguero que es hoy, Santutxu era un conjunto de caseríos rodeados de huertas, situados en la ladera del monte Archanda. Su nombre procede de una ermita del siglo XVIII, San Francisco de Asís, conocida popularmente como Santutxu (“santito pequeño” en euskera).
Durante décadas, el barrio vivió al margen del bullicio del centro. La gente bajaba a Bilbao por caminos de barro, tardando más de media hora a pie. Todo cambió con la llegada del tranvía eléctrico, a principios del siglo XX, que conectó el barrio con el corazón de la villa y permitió que su población creciera rápidamente.
Las primeras viviendas obreras se levantaron para los trabajadores de las fábricas de la ribera. Luego llegaron las escuelas, los comercios, las parroquias y los bares. En poco tiempo, Santutxu pasó de ser un conjunto rural a un barrio obrero en expansión.
Durante las décadas de 1960 y 1970, Bilbao vivió un crecimiento demográfico sin precedentes. Miles de familias procedentes de otras provincias del Estado llegaron en busca de trabajo en la industria siderúrgica y naval. Santutxu se convirtió en el refugio perfecto: estaba cerca del centro, tenía terrenos disponibles y una comunidad acogedora.
El barrio se levantó casi de golpe. Se construyeron bloques de pisos altos, calles estrechas y portales donde las familias compartían más que espacio: compartían vida. Muchos recuerdan todavía los días en los que los niños jugaban al fútbol entre coches aparcados y los vecinos organizaban fiestas en el portal.
Aunque la planificación urbana fue densa —demasiado, dirían algunos—, lo que se ganó fue algo único: una comunidad diversa, luchadora y con una identidad que el tiempo no ha conseguido diluir.
Si algo distingue a Santutxu, es su vida de calle.
Aquí los bares no se cuentan por metros, sino por generaciones. Hay quienes llevan toda una vida tomando el café en el mismo sitio, y quienes cambian de bar pero no de costumbre.
Pasear por la calle Zabalbide, Santutxu o Tenor Constantino es recorrer un mercado al aire libre: panaderías, carnicerías, pescaderías, tiendas de ultramarinos, ferreterías, zapaterías… Todo lo necesario para vivir sin salir del barrio.
Y aunque los supermercados han llegado, los pequeños negocios siguen siendo el corazón de la zona. En ellos se respira esa cercanía que da nombre a la palabra “vecindad”.
Santutxu sabe celebrar.
Las fiestas de San Fermín, a mediados de julio, son el momento en que el barrio se transforma: las calles se llenan de txosnas, comparsas, conciertos y kalejiras. Familias enteras salen a la calle con camisetas blancas y pañuelos rojos, y los balcones se visten de color.
Durante una semana, el barrio entero vibra con música y alegría. Se organizan concursos gastronómicos, carreras, actuaciones y actividades para niños. Pero más allá de la fiesta, lo que brilla es el espíritu comunitario: ese sentimiento de “todos a una” que hace de Santutxu un lugar único.
Santutxu ha sabido reinventarse sin perder su esencia. A su tradicional vida vecinal se suma una nueva generación de jóvenes que han aportado arte, música y movimiento cultural.
El Gaztetxe de Santutxu y las asociaciones locales han impulsado talleres, conciertos, exposiciones y proyectos solidarios que mantienen el barrio vivo.
Además, el arte urbano ha florecido en sus paredes. Los murales que decoran las fachadas hablan de memoria, igualdad y convivencia. El color ha sustituido al gris, y las voces nuevas se mezclan con las de siempre.
No es raro encontrar a un grupo de jóvenes ensayando música en una lonja mientras, en la calle de al lado, un coro de jubilados canta bilbainadas en un bar. Esa mezcla generacional es la verdadera riqueza de Santutxu.
El metro transformó la vida del barrio.
Desde su inauguración en 1995, la estación de Santutxu se ha convertido en una de las más transitadas del suburbano bilbaíno. Gracias a ella, los vecinos llegan al centro en apenas cinco minutos, pero muchos prefieren quedarse: “¿Para qué bajar si aquí lo tenemos todo?”, dicen con orgullo.
Y es verdad. Santutxu tiene colegios, polideportivo, centros culturales, parques, farmacias, supermercados, bares, peluquerías… todo lo que hace falta para no depender de nadie más.
En los últimos años, el Ayuntamiento ha apostado por mejorar la movilidad y las zonas verdes, con proyectos como la remodelación de la Plaza Haro y el impulso del carril bici.
Aunque es un barrio densamente poblado, Santutxu también tiene rincones para respirar. El Parque Europa es su pulmón verde, un espacio donde los niños corren, los mayores charlan y las parejas pasean. También destaca el Monte Archanda, a solo unos pasos, desde donde se puede disfrutar una de las mejores vistas de Bilbao.
Estos lugares son más que zonas de descanso: son los puntos de encuentro donde se mezclan las generaciones, los perros juegan libres y los domingos parecen tener otro ritmo.
El comercio local en Santutxu es una institución. Asociaciones como Santutxu Jaiak o Santutxu Comercio han logrado mantener viva la actividad económica del barrio, organizando ferias, descuentos, sorteos y actividades que unen a vecinos y comerciantes.
Esa unión ha sido clave para resistir los cambios de los últimos años. Frente a la homogeneización de las grandes ciudades, Santutxu sigue apostando por el trato directo, la sonrisa y el “¿qué tal la familia?”.
Santutxu está lleno de historias pequeñas que juntas componen una gran novela urbana.
Está la panadera que abre a las seis de la mañana y conoce por nombre a medio barrio. El jubilado que lleva cincuenta años en el mismo bar. El chaval que estudia en Basauri pero queda con sus amigos en el parque de Begoña.
Cada portal, cada banco, cada bar tiene su memoria.
Y cuando cae la tarde y las luces del metro parpadean, Santutxu se transforma en una postal viva de Bilbao: esa mezcla de pasado industrial, vida moderna y corazón abierto que define a la ciudad.
Las ondas de Mozoilo Irratia recorren cada rincón del barrio: desde los bares hasta las lonjas, desde las casas donde aún se escucha la radio en la cocina hasta los móviles donde suena la app.
Santutxu forma parte del alma sonora de la emisora. En sus calles se mezclan las risas, la música y las voces que dan sentido a la radio local: cercana, humana, de verdad.
Santutxu no es solo el barrio más grande de Euskadi: es un símbolo de lo que Bilbao ha sido y sigue siendo.
Un lugar donde el tiempo corre rápido, pero el corazón late despacio. Donde la vida comunitaria sobrevive al asfalto, y donde el ruido del metro se confunde con el murmullo de las conversaciones.
Dicen que quien vive en Santutxu no necesita más.
Y tal vez sea cierto: porque en sus calles cabe todo —historia, amistad, orgullo y vida—.
Y mientras siga sonando la radio en alguna ventana abierta, Santutxu seguirá recordándonos que Bilbao, en el fondo, sigue siendo un gran barrio.
Escrito por Mozoilo Irratia
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