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Cada año, la temporada de premios descubre para un nuevo público una buena cantidad de películas, que, de otro modo, pudieran pasar desapercibidas. Eso, a pesar de su calidad. Es el caso de Nickel Boys, adaptación del libro homónimo ganador del Pulitzer del autor Colton Whitehead. La historia, que relata la violencia racista en un internado estadounidense, es dura y controversial por necesidad. Pero el director RaMell Ross la convierte, además, en una reflexión sobre la redención y la búsqueda de la verdad.
Para eso, el cineasta toma la inteligente decisión de convertir a la minuciosa novela de origen, en una trama que sigue a sus personajes en primera persona. La cámara subjetiva se convierte, entonces, en una herramienta efectiva para explorar en la vida, sufrimiento y secretos de Elwood (Ethan Cole Sharp de niño y Ethan Herisse de joven adulto), mientras intenta sobrevivir a la Academia Nickel. Este último, un reformatorio segregado en el momento de mayor tensión racial en Florida.
De modo, que la película acompaña a su protagonista no solo en la vida cotidiana, sino los secretos que esconde la Academia. La mayoría de los estudiantes negros sufren violencia e incluso, paso a paso, la trama muestra que, incluso, hay crímenes reales, que se ocultan entre los responsables del lugar. Un punto de vista que permite analizar la raíz del racismo y la discriminación, como una estructura en la que impera la indiferencia, la crueldad y el abuso. Males en los que la película — cuyo guion adaptado también corre a cargo del director — explora con sensibilidad y honestidad.
Al igual que el libro de Colton Whitehead, Nickel Boys dedica tiempo a explorar en la vida de Elwood. El adolescente crece en la Florida de una época convulsa. Las leyes de Jim Crow — que restringían los derechos de los afroamericanos en buena parte del país — se convierten en contexto para su comportamiento. En especial, al participar en las protestas por los derechos civiles y volverse un líder juvenil, casi por accidente. Además, es un destacado estudiante que aspira a llegar a la universidad para convertirse en vocero de su comunidad. Planes e intereses que la película muestra como parte esencial de su vida.
Por lo que, cuando es acusado y condenado por un crimen en que fue cómplice involuntario, Nickel Boys se hace más oscura y dolorosa. El director logra que el estado de ánimo de su personaje, convierta el apartado visual en un ingenioso experimento cinematográfico. Eso, al volver el punto de vista de Elwood (captado a través de tomas muy cercanas y primeros planos muy prolongados) la forma de entender un sistema corrupto. Gradualmente, el aire optimista y mundano con que comienza la película, se transforma en un escenario de degradación, miedo y dolor.
Eso, cuando el personaje sea enviado a la Academia Nickel, como parte de su condena. Se trata de un reformatorio público, en que los alumnos blancos reciben una educación — y trato — por completo distinto al que padecen los afroamericanos. De salones destartalados, palizas como castigo y hasta desapariciones forzosas. El director logra brindar a la experiencia de Elwood un aire de observador sigiloso y aterrorizado. Lo que permite que la descripción de las atroces condiciones que debe soportar sea más honesta y sensible. Eso, sin caer en el melodrama o simplificar el problema de fondo que desea contar.
Pero a pesar de su aire trágico y momentos de crueldad explícita, Nickel Boys también explora en la forma en que Elwood logra mantenerse en pie en medio de la desgracia. Turner (Brandon Wilson) uno de los alumnos veteranos en el reformatorio, se vuelve tanto su guía en medio de una situación violenta, como en su más cercano amigo. Ambos, se apoyarán mutuamente en medio del abuso, la brutalidad y la corrupción del sistema que les mantiene confinados. Pero al mismo tiempo, para salvar lo mejor de cada uno en medio de la espantosa estancia en la institución.
Mucho del mérito de Nickel Boys, es evitar caer en lugares comunes de películas con temáticas parecidas. Antes que eso, tanto la fotografía de Jomo Fray como el enfoque del guion, se interesan más por la capacidad de sus jóvenes protagonistas de sobrevivir. No solo al maltrato físico. También, a la pérdida de la posibilidad del futuro, el bienestar y hasta los lazos familiares. Las imágenes se hacen entonces emotivas, con secuencias de aire onírico que permiten profundizar en el mundo interior de sus personajes.
Con todo, la película no olvida la tragedia puertas adentro del reformatorio. Buena parte del interés de la película, está en desentrañar qué ocurrió realmente en los terrenos del reformatorio. Algo que un Elwood adulto (Daveed Diggs) trata de descubrir afanosamente. Para su tramo final, Nickel Boys une todos sus escenarios en un cierre conmovedor que brinda respuestas, pero a la vez, retrata el horror del racismo. Asimismo, recuerda que, a pesar de todo — y es, quizás, el mensaje más complicado de la cinta — la esperanza y la vida prevalecen. Lo que hace a la película, uno de los mejores dramas del año y quizás, la gran sorpresa en las futuras nominaciones al Oscar.
Escrito por Mozoilo Irratia
zure ilunabarra
18:00 - 20:00
con David Parra
20:00 - 21:00
Con Kike Peris
21:00 - 22:00
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22:00 - 00:00
gure gaua
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