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Cómo las grandes compañías de tecnología planean beneficiarse de la pandemia

todayjunio 19, 2020

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La escritora Naomi Klein es famosa por haber presentado una teoría sobre cómo ciertos poderes se benefician de momentos críticos -como guerras o epidemias- para introducir políticas que de otra forma probablemente serían rechazadas. Klein expuso esto de manera relevante en su libro La doctrina del shock. La suya es una versión más sofisticada, y adaptada a las prácticas del neoliberalismo, de los conocidos trucos políticos de la distracción y el miedo.

En un artículo reciente publicado en The Guardian, Klein revela que parece haber encontrado  a los protagonistas de la doctrina del shock de esta epidemia: las grandes corporaciones de tecnología, el llamado «Big Tech». Es importante notar en este caso que Klein no cree que el coronavirus fue creado ex profeso por alguien para beneficiarse de la ansiedad y la incertidumbre que genera la pandemia. Como ocurre en muchos casos, la doctrina del shock no es necesariamente la creación de un evento con una intención subrepticia, sino que suele ser simplemente el aprovechamiento político o económico de un evento que sucede por cuenta propia. La razón por la que políticos, empresarios  y aun narcotraficantes y jefes de la mafia aprovechan rápidamente estos momentos y logran implementar su estrategia seguramente se debe a que estas personas suelen tener información privilegiada, capacidad de acción o simplemente una obsesión con el poder y su propio éxito personal, lo que les permite de alguna manera estar alertas, al acecho de una oportunidad.

Klein nota que hace unos días el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, anunció que lanzará una iniciativa para reimaginar Nueva York de forma que la ciudad pueda volver a echarse a andar. Para esto se incorporará tecnología en todos los aspectos de la vida cívica. Cuomo hizo el anuncio a un lado de Eric Schmidt, ex CEO de Alphabet (y uno de los principales accionistas de la empresa madre de Google), actual consejero de  la Comisión Nacional de Inteligencia Artificial de Estados Unidos y de otros organismos gubernamentales, a través de los cuales tiene importante influencia y contactos con el complejo militar industrial del país americano. El nuevo plan para regresar a la «normalidad» estará guiado por un equipo de empresarios del Big Tech, y encabezado por el mismo Schmidt. Klein nota que la presentación de la iniciativa fue acompañada de una pantalla de fondo en la que aparecían unas alas doradas, como adornando al angelical Schmidt (recordemos que el motto de Google por mucho tiempo fue «don’t be evil«). Además Cuomo ya ha anunciado una sociedad con Bill Gates.

Nueva York abrazará la tecnología para movilizar una campaña de teleaprendizaje, de conectividad entre los servicios de salud, banda ancha y hasta posiblemente la optimización del transporte y los servicios de la ciudad. Uno de los proyectos favoritos de Google es justamente crear una «ciudad inteligente», algo que ya ha intentado realizar en Toronto. La ciudad inteligente de Google es una ciudad que se administra sola, hiperficiente (supuestamente) y que funciona través de algoritmos, casi sin necesidad de personas. La gran apuesta de Alphabet es la robótica y la inteligencia artificial; de hecho, se encuentra en una carrera con Amazon y otras empresas chinas para alcanzar el liderazgo en lo que considera que será la tecnología que definirá al siglo XXI.

Klein cree que Nueva York podría haber sellado lo que llama un «screen new deal«, parafraseando el famoso «new deal» de la posguerra (impulsado por la administración de Franklin D. Roosevelt) y en lugar del «green new deal» que los ecoactivistas desearían ver implementado. La escritora detecta algo interesante. Hasta hace cuatro meses, las compañías de Big Tech estaban pasando momentos difíciles con respecto a la opinión pública. En Estados Unidos, Facebook había sido señalado como un influencia nociva sobre la democracia, atentando contra sus principios por medio de su algoritmo personalizado. Amazon, por otra parte, era señalado por las condiciones inhumanas de sus trabajadores y los planes de Jeff Bezos de control mundial. Google también estaba siendo cuestionado a propósito de sus políticas de privacidad y el uso que daba a la información recabada entre sus usarios (el escándalo mayor fue la venta que hizo de datos de salud de millones de personas a firmas aseguradoras y hospitales privados). Había muchas discusiones sobre intervenir y regular estas empresas, incluso desarmarlas aplicando las leyes antimonopolio del país. En ese mismo sentido, algunos analistas aseguraban que la «burbuja» digital que desde finales de la década de 1990 había representado un impulso importante a la economía mundial por fin se había reventado, y las empresas del Silicon Valley difícilmente vivirían la era dorada de innovación que las hizo millonarias en unos pocos años.

Pero ahora la opinión pública ha cambiado. Como dice el CEO de una empresa de tecnología llamada Steer Teech: «Ha surgido una ola de calidez en torno a la tecnología no-humana, libre de contacto. Los humanos son posibles focos de contagio, pero las máquinas no».

Klein nota que todo lo que está pasando podría simplemente acelerar e incrementar el nivel de penetración que tiene la tecnología. «Es un futuro en el que cada palabra, cada movimiento, cada relación puede ser registrada, monitoreada, minada por una colaboración sin precedentes entre gobiernos  y gigantes de la tecnología», dice Klein. Si ya pasábamos gran parte de nuestro tiempo ante una pantalla, «conectados» a distancia, trabajando constantemente en línea, etc., esto obviamente sólo parece exacerbarse. La tecnología puede hacer posible un mundo en el que podemos estar conectados y a salvo (relativamente), pero sin tocarnos. Se prepara un futuro automatizado, con menos maestros, doctores, conductores de medios de transporte. También sin dinero en efectivo y sin transacciones monetarias cotidianas en donde intervengan dos personas. Todo supuestamente manejado por una «inteligencia artificial», sin que veamos lo que es necesario para que la inteligencia artificial pueda correr: las fábricas de gadgets en Asia, las granjas de datos, las minas de litio en países subdesarrollados de África y América.

Schmidt, en su rol de consejero nacional en las diferentes mesas en las que participa, ha abogado por un incremento de inversión en el desarrollo de tecnología de inteligencia artificial. Su argumento, según recupera Klein, es que Estados Unidos está siendo rebasado por China, país que tiene ilimitados fondos para construir un estado de tecnovigilancia y en el que se permite que los gigantes tecnológicos se beneficien de las aplicaciones comerciales de la tecnología que se desarrolla. Schmidt ha advertido que el liderazgo mundial económico de Estados Unidos está en entredicho. Schmidt sugiere que la clave para poder competir es la sociedad entre las grandes corporaciones tecnológicas y los gobiernos, e imagina por supuesto su aplicación en las ciudades. En la mente de Schmidt, y en la de los altos mandos, el riesgo es dejar de ser «el principal innovador del mundo». La innovación tecnológica para Schmidt y para Jeff Bezos de Amazon es el principal valor.

Klein nota que después de la pandemia, el «pitch» de Schmidt seguramente ha recibido un gran impulso, pues ahora puede incluir en sus motivos estratégicos la salud. Y las grandes corporaciones parecen estar gozando de una renovada imagen pública, siendo los «ángeles» de la comunicación que aminoran la distancia social. En un artículo en el Wall Street Journal, Schmidt exhortó a la aceleración del aprendizaje remoto y llamó a acelerar «una revolución biotecnológica», una economía y una educación basada en un «tele-todo» (tele-everything). Para lo cual es necesario una inversión masiva con el fin de conectar a todos y «vincularlos con una red 5-G». Schmidt incluso se atrevió a sugerir que la opinión pública debería agradecerles a las compañías de tecnología que «aman odiar», pues son esenciales y están realmente ayudando al pueblo estadounidense.

Klein concluye su artículo reflexionando sobre la disyuntiva en la que nos encontramos. Es evidente que la tecnología es importante y en momentos de crisis provee ayuda y sosiego que han llegado a parecernos indispensables. Si es tan necesaria, ¿quizá deberíamos dar pasos para no depender de empresas privadas y estar a merced de sus agendas? Por otro lado, el futuro podría tomar dos cursos distintos. Si invertimos más en tecnología, sólo en tecnología, dejaremos de invertir seguramente en los humanos, en las enfermeras, en los maestros, en los doctores, etc. Nuestra educación y nuestra capacidad de resolver problemas serán terciadas por las tecnología. No parece que haya dinero suficiente para las dos. Un screen new deal.  Pero quizá uno de los grandes mitos de nuestra época sea la idea de que todos los problemas pueden y deben resolverse con la ciencia y la tecnología. Esta apuesta radical por la tecnología puede hacer que volvamos a la llamada «normalidad», que la economía siga corriendo, que el mundo que hemos construido siga «progresando». ¿Pero en realidad queremos eso?

Escrito por Mozoilo Irratia

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