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El marisco es un clásico en las mesas navideñas de muchos españoles y eso, inevitablemente, implica también comer microplásticos. En realidad, estos fragmentos de materiales contaminantes se encuentran en casi cualquier alimento, pero es especialmente común encontrar microplásticos en el marisco, ya que normalmente se trata de animales filtradores, que se alimentan de lo que filtran en el agua que aspiran. Como resultado, las partículas plásticas se concentran muchísimo en su organismo y pasan al nuestro cuando los comemos.
Un equipo de científicos del Centro de Tecnología Ambiental Alimentaria y Toxicológica de la Universidad Rovira i Virgili (TecnATox) ha querido comprobar qué marisco contiene más microplásticos en España, por lo que se han analizado muestras de las especies más comunes.
Así, han visto que son los mejillones los que se llevan el poco encomiable honor de alzarse en el primer puesto. Concretamente, se ha visto que quienes consumen regularmente este alimento pueden llegar a ingerir hasta seis metros de fibras sintéticas al año. Podemos disminuir nuestro consumo de este marisco, pero la realidad es que, si no es ahí, lo obtendremos de otra forma. Por eso, lo más recomendable es cambiar los comportamientos que están liberando esos materiales al mar. Así, alejaremos los microplásticos del marisco y de cualquier otro alimento.
Los microplásticos son fragmentos de plástico muy pequeños, con un diámetro que oscila entre las 0,1 y las 100 micras o, lo que es lo mismo, 0,0001 y 0,1 milímetros. A veces pueden utilizarse directamente con ese tamaño. Es, por ejemplo, lo que ocurre con las microperlas de algunos cosméticos. En otras ocasiones, en cambio, se forman por la degradación de piezas de plástico más grandes. Ocurre, por ejemplo, con las fibras sintéticas que se liberan en la lavadora o con los envases de plástico que se degradan después de ser desechados y, de nuevo, pueden dañar a las especies tanto de ecosistemas marinos como terrestres. Se suele hablar mucho de los marinos, pero se han reportado casos de posibles daños en insectos como las hormigas o aves como los vencejos.
En el caso de los ecosistemas marinos, todas las especies pueden sufrir los efectos de los microplásticos, pero esta contaminación es especialmente peligrosa para especies filtradoras como los mejillones, por los motivos antes mencionados.
Si otros animales se los comen, los microplásticos pasan también a su organismo y eso nos incluye a los humanos. Además, nosotros podemos ingerir microplásticos mediante el pescado, la sal o casi cualquier alimento que haya estado envasado en plástico.
Se han encontrado microplásticos en lugares variadisimos de nuestro organismo, desde la sangre hasta los pulmones, pasando por el cerebro, la leche materna e incluso las primeras heces de los recién nacidos. No podemos huir de los microplásticos. Una vez que los liberamos al ambiente, vuelven a nosotros, como un boomerang. Por eso, si queremos evitar encontrar microplásticos en el marisco o cualquier otro alimento debemos tomar medidas al respecto.
Lo ideal para prevenir la contaminación por microplásticos es que sean las grandes empresas y las instituciones las que tomen medidas más amplias. Sin embargo, nosotros, como consumidores, también podemos hacer algo.
En primer lugar, podemos optar, en la medida de lo posible, por consumir productos que no se encuentren envasados en plástico. Desgraciadamente, esto no es posible siempre. Por eso, si no nos queda más remedio que usar plástico, deberíamos intentar reciclarlo.
También podemos evitar que la ropa se deseche, apostando por la reutilización. Pueden recomendarnos priorizar los alimentos ecológicos, pues supuestamente estos contendrán menos microplásticos. No obstante, estos materiales se han encontrado en lugares tan recónditos como la nieve de la Antártida. Por muy ecológico que sea un cultivo, no se puede evitar que haya microplásticos en el suelo o el agua de riego.
En definitiva, los microplásticos del marisco no son los únicos que deben preocuparnos. A día de hoy no se sabe cuál es el efecto de su acumulación. Que se hayan encontrado en nuestro organismo no quiere decir que nos estén afectando ya. Pero sí se sabe que pueden, por ejemplo, provocar problemas para respirar y ser disruptores endocrinos causantes de cáncer e infertilidad. Hasta que se sepa a qué niveles nos están afectando, lo ideal es contribuir como podamos a reducir su liberación, para que llegue la menor cantidad posible tanto a los ecosistemas como de vuelta a nosotros. Ahora bien, ¿quieres comer mejillones en Navidad? Posiblemente no sea más grave que tomar otros alimentos. No debemos obsesionarnos, pero sí ser consecuentes con lo que, poco a poco, nos va enseñando la ciencia.
Escrito por Mozoilo Irratia
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