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La segunda vida de los carnavales rurales vascos

todayfebrero 18, 2025

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En la Europa de los viajeros románticos, especialmente durante el siglo XIX, el territorio vasco se convirtió en un lugar predilecto para antropólogos, lingüísticas e intelectuales europeos, interesados en la cultura, las tradiciones y la lengua de los vascos. Victor Hugo, Wilhelm von Humboldt, Louis Lucien Bonaparte descubrieron una cultura que les resultó sorprendente y, en el caso de los dos últimos, dedicaron años a su estudio.

Sus visiones eran casi siempre elogiosas hacia los vascos y su cultura, a veces incluso apologéticas, aunque poco halagüeñas en torno a su futuro. Para muestra, el extenso artículo que el geógrafo francés Élisée Reclus publicó en 1867. “Los vascos, un pueblo que se va”, titulaba. Pronosticaba una inminente desaparición del euskera, en cuestión de pocos años, y también de la mayor parte de sus tradiciones.

Su pronóstico ha estado lejos de cumplirse, aunque a mediados del pasado siglo muchas de aquellas tradiciones que fascinaron a aquellos viajeros estuvieron a punto de correr esa suerte. Los carnavales rurales son un buen ejemplo, tanto de práctica desaparición como de una vigorosa recuperación, hasta el punto de que morir de éxito es hoy su principal peligro.

La comitiva de los joaldunak, con el ‘hartza’ (oso) en el centro, en la localidad navarra de Ituren

Jesús diges / EFE

Un siglo después de la predicción de Élisée Reclus, en febrero de 1964, el antropólogo e historiador Julio Caro Baroja visitó Lantz con la intención de revivir su carnaval, que había dejado de festejarse tras la Guerra Civil. Había conseguido una autorización gubernamental para revivirlo y grabarlo a través de un operador del No-Do. Pero el panorama era desolador.

La única persona capaz de tocar con el txistu las melodías tradicionales estaba de luto, y los mayores tenían poca fe en que los jóvenes fueran a ser capaces de “llevar adelante todo el ritual carnavalesco”. El resultado final, sin embargo, fue más que digno, como demuestra el vídeo grabado por el No-Do que aún se puede consultar en las redes sociales. Y aunque el objetivo no era el de favorecer una recuperación duradera de los carnavales rurales perdidos o en vías de desaparecer, lo cierto es que en Lantz ocurriría algo que después se generalizaría.

Aitor Ventureira es escritor e investigador en etnografía y subraya la recuperación como un fenómeno característico de los carnavales rurales del entorno cultural vasco, un proceso que se dio tras el franquismo y que estuvo vinculado a otras dinámicas de revitalización como el impulso a la cultura y lengua vasca.

“Quizá lo más peculiar en el caso de estas mascaradas invernales vascas, comunes a las que se celebran en toda Europa, es que su revitalización comenzó antes que en otros sitios y que se han reivindicado de manera más decidida. El esfuerzo que se está haciendo ahora en Cantabria o en Galicia se realizó ya desde los años 70, y eso ha permitido incluso recuperar carnavales rurales que se habían perdido y hacerlo de manera fiel”, explica.

Así, personajes y elementos como Miel Otxin y Ziripot, en Lantz, los joaldunak de Ituren y Zubieta, los zamaltzain de Zuberoa o el hartza (oso) que anima los festejos en Arizkun o Markina-Xemein, se han convertido en elementos muy conocidos, incluso representativos, de la cultura popular en la Comunidad Autónoma Vasca, Navarra y el País Vasco francés. Y eso que algunos de estos festejos, como los carnavales de Lantz o Zalduondo, llegaron a desaparecer por completo.

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Uno de los joaldunak, con el ‘hartza’ (oso), en la localidad navarra de Ituren

ANDER GILLENEA / AFP

A la hora de explicar el origen de estos carnavales, Ventureira subraya que conviene diferenciarlos de los carnavales de tipo urbano, más vinculados con la religión, las saturnales romanas y los desfases previos a la Cuaresma. Y lleva el origen de estas mascaradas invernales de tipo rural hasta el neolítico.

“Tienen su origen en un tiempo en el que las comunidades están mucho más ligadas a la naturaleza y en el que ritualizan todo. Estas mascaradas son rituales de tránsito que simbolizan un despertar de la naturaleza. El invierno era una época oscura, en la que la naturaleza está dormida. En el momento de las mascaradas, en cambio, el sol empieza a ganar terreno”, explica.

Ventureria, además, las vincula con un contexto europeo común: “Europa está interconectada desde el neolítico. Y la motivación de despertar a la tierra y ahuyentar a los malos espíritus era la misma en el sur de Portugal que en los Balcanes”.

Así se explica que el hartza de los carnavales de Markina, Arizkun, Alsasua o Ituren sea un elemento común a carnavales que se celebran en todo Europa o que los joaldunak de Ituren o Zubieta se parezcan a los zamarracos de Cantabria y a otros portadores de cencerros que se pueden ver en Bulgaria.

Curiosamente, estos joaldunak se han convertido en una suerte de tótem de la cultura vasca, presente en competiciones deportivas, fiestas populares o incluso en manifestaciones de carácter reivindicativo. Las vistosas mascaradas de Zuberoa y algunos de sus elementos también han trascendido su espacio natural. Y Miel Otxin, símbolo de “los vicios y del mal”, en opinión de Caro Baroja, se ha convertido en un disfraz popular entre los escolares del entorno cultural vasco.

Ahí, algunos ven el riesgo de que los carnavales puedan desnaturalizarse, olvidando su sentido primigenio y el significado de los elementos que los conforman. “Existe el peligro de que se desvirtúe su esencia. Está bien que aparezcan personajes ligados a estas mascaradas en otros festejos, a través de los grupos de danzas, pero siempre que se explique bien cuál es su origen. Lo mismo ocurre con la transmisión a los niños. Es importante que se les enseñen estas tradiciones, pero sin que se desvirtúe lo que son”, explica Aitor Ventureira.

El otro gran peligro es el de la masificación, especialmente en algunos lugares a los que han llegado las agencias, las visitas guiadas y la invasión de los selfies. “He visto imágenes del carnaval de Ituren celebrado entre seis personas, y hoy, en cambio, apenas hay espacio para los joaldunak”, añade. 

Es decir, el riesgo de morir de éxito es hoy la principal amenaza a la que se enfrentan estos festejos rescatados del rincón de la historia y hoy capaces de reunir a miles de personas gracias a su carácter genuino.


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Escrito por Mozoilo Irratia

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